Ser maestra

Cuando iba en tercer o cuarto semestre de la carrera, confesé abiertamente en una clase, mis sentimientos de querer formar parte del cuerpo docente, además de querer convertirme en escritora. Recuerdo muy bien que mi profesor dijo:

«Eso está muy bien, pero ¿de qué vas a vivir?»

Se me cayó el alma al suelo y decidí que iba a vivir de ello, costara lo que me costara.
Ser maestro es un oficio malpagadoi ee incomprendido; se corre mucho, se duerme poco, se hace mucho papeleo, pero la satisfacción llega de manera eventual.
Muchas de mis mejores experiencias como docente han sido en lugares donde he dejado un poco de mi corazón más allá de las planeaciones y los exámenes aplicados; algunas otras vivencias, han ido puliéndose.

Hoy en una plática con mis compañeros, me di cuenta de lo que significa ‘tener vocación’, un concepto que me parecía por demás religioso y amorfo. «Me gusta tanto la literatura, la lectura, la ortografía y las etimologías que decidí dar clases, es tanto el amor que tengo que lo quiero transmitir», dije, sin saber cómo porque se me hacía un nudo en la garganta, como acostumbro cuando las emociones me ganan.
«Pues eso es tener vocación, Maestra, no está equivocada y está siguiendo el camino correcto», me respondió uno de mis compañeros y mi corazón se me terminó de encoger dentro del pecho.

No soy perfecta, siento que me falta muchísimo por aprender, pero estoy muy feliz porque me di cuenta de que después de todo, sí tengo vocación, de que vale la pena estar al frente, de que aunque digan por enésima vez «¿Qué vamos a hacer?» está bien preguntar por qué en ocasiones de otra manera no se aprende.

Me hace muy feliz tener como compañeros, colegas y amigos a los profesores que como alumna tanto admiré, me llena de orgullo saber que dos de mis mejores amigas son grandes docentes que transmiten el amor por lo que hacen y llenan a sus alumnos de cariño y enseñanzas. Me pone triste que hayan injusticias y poco sueldo para mis compañeros y para muchísimas personas que sacrifican tiempo, dinero y esfuerzo para llegar a un lugar remoto y retirado, trabajando con esfuerzos y dificultades, pero con todo el corazón.
La carga se hace más ligera con tantas muestras de afecto.

Maestros, como lo digo todos los años, gracias por tanto.

Aún me falta mucho para ser como ustedes, pero digo de todo corazón que sin sus enseñanzas, muchos -me atrevo a decir que la mayoría- no seríamos profesionistas o personas de bien. Gracias por encaminar o por dar ese empujoncito que nos llevó a dar el extra, por ayudarle al alumno que no se completaba para pagar el extraordinario, aun si eso significaba descuadrar tu gasto quincenal.

Quién sabe, esa alumna que te pidió dinero, puede estar escribiendo agradecida un texto por el día del Maestro, diez años después.

Gracias a todos, por su huella imborrable.
Gracias, Maestra Paulina, de verdad.

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